Por Javier Máximo Juárez. Notario y miembro del Consejo Consultivo Varona

La sucesión de una persona es, desgraciadamente, ley de vida. Es irrefutable  la frase de Benjamín Franklin al afirmar que “no hay nada más cierto que la muerte y los impuestos”   y  encuentra su demostración más evidente al fallecer una persona. Pues la defunción supone además de un viaje sin retorno del difunto, un complejo y difícil camino para sus sucesores.

En efecto, los familiares, además del pesar  por la pérdida del ser querido, deben iniciar un largo y complejo proceso con el fin de resolver en el ámbito patrimonial la vacante dejada por el interfecto. En dicha andadura, se topa en primer término con el Derecho Civil, que acompaña a toda persona desde la cuna hasta la tumba y más allá todavía, puesto que regula el tránsito de los bienes a los herederos.

Así, el Derecho Civil abre la primera etapa del camino para los familiares  y  nos da el soporte para determinar quiénes son los sucesores, en qué proporción, qué derechos y obligaciones tienen, así como cuándo y cómo se han de repartir los bienes. Debería  ser un andar tranquilo, pues es objeto fundamental de las leyes el responder a las necesidades de los ciudadanos; pero no lo es tanto y a ello contribuye la complejidad de las situaciones personales y patrimoniales a las que el derecho no ofrece una inmediata respuesta, pues el ritmo normativo es mucho más perezoso que el devenir de la realidad social y económica.

Y es que la familia ha evolucionado y son cada vez más frecuentes supuestos de causantes separados o divorciados o con parejas de hecho e hijos de diversa filiación. Además, la crisis económica perfecta que todavía estamos atravesando supone que numerosas herencias no valga la pena aceptarlas o al menos haya que reflexionarlo, acudiendo al beneficio de inventario.

Pues bien, después de franquear parte del  camino, queda una segunda etapa: la de hacer cuentas con el fisco. Y es que heredar no es gratis. Hacienda quiere su parte: la autonómica, mediante el Impuesto de Sucesiones, la local, a través de la plusvalía municipal y la estatal por vía del traslado de las obligaciones tributarias del difunto a los herederos. Y tampoco ésta es fácil: el Impuesto de Sucesiones,  hasta hace bien poco casi extinguido, resucita con fuerza llegando a ser un elemento decisivo para resolver sobre aceptar o no la  herencia.

Pues bien, de hacer un poco más asequible el camino de la sucesión trata mi nuevo libro “GPS SUCESIONES” que aúna los aspectos civiles y fiscales de la misma, lo que paradójicamente constituye un planteamiento original en cuanto que en la realidad el Derecho Civil y la fiscalidad integran un único itinerario a recorrer.